Tras dejar atrás Buenos Aires, Noemí y Ayelén se instalaron en San Rafael para llevar adelante un emprendimiento gastronómico en un entorno de paz y tranquilidad, donde su calidez marida a la perfección con sabrosos platos.
En los tiempos que corren, evitar dar la contraseña del wi-fi es toda una declaración de principios. Porque hoy, donde lo primero que se pide en un restaurante no es la carta sino esa bendita clave de (des)conexión, parecería que tener internet es una necesidad impostergable.
Bueno, no. En La Juanita la propuesta es otra, y bien distinta. “Vamos a contramano del mundo”, confiesa Ayelén apenas comienza la charla. Ayelén es la hija de Noemí y juntas, en el suelo mendocino de San Rafael, pudieron materializar un sueño que tuvieron siempre: el de vivir en un lugar más tranquilo, donde el ruido que se escuche sea el de los pájaros y la brisa del viento, y no el de las bocinas y el griterío de las calles porteñas.
El sabor de la tranquilidad
“Siempre buscamos un estilo de vida más tranquilo, y es el que se manifiesta en La Juanita”, cuenta Ayelén, que al principio de esta historia salía a vender tortas en su bicicleta. Ahí fue clave el apoyo de mamá Noemí, que las preparaba de manera casera: “Ella siempre había estado vinculada a la gastronomía. Tal es así que al tiempo empezamos a vender madalenas, pastafrola. Me recorría kilómetros y kilómetros, todo por zona de fincas. Y trataba de estar atenta a los días de cobro para pasar por la casa de todos”.
Así, algo que empezó como un hobby, fue tomando una forma cada vez más grande. “Me permitió pagarme la carrera, pude estudiar inglés. Hasta me compré una moto para hacer los repartos. Y al tiempo, conseguimos un auto, en el que ya no solo repartía madalenas, sino también budines, pan dulce, roscas de pascuas. Con mi hermana competíamos a ver quién vendía más al final del día”.
Una apertura muy dulce
Con el auto recorriendo 20 kilómetros por el radio céntrico de San Rafael, y repartiendo tortas y catering para eventos, llegó el momento de asentar el emprendimiento, porque ya se necesitaba un lugar dónde elaborar todo lo que se vendía. Así fue como un quincho para recibir a la familia se transformó en el lugar indicado para que sucediera la magia. Pero… con medidas exageradas para un lugar de repostería, Noemí redobló la apuesta: “Pongamos un restaurante”. Y Ayelén no se quedó atrás: “Que también sea una casa de té”. Así nació La Juanita, hace casi ya 10 años.
“Acá está todo hecho a pulmón. Gracias a unos vecinos americanos conseguimos puertas estilo colonial para restaurar, con mi papá hicimos mesitas usando los carreteles de los cables. En mi cabeza nos faltaban muchísimos detalles para que esté como yo quería, pero el día que abrimos se llenó. Creo que la gente vio algo más allá… El poder probar fruta recién cosechada, buscar sus propias uvas, estar en contacto con la naturaleza, bajar un cambio”.
Como en casa
Comer en La Juanita es comer como en casa, literalmente: “No recibimos grandes cantidades de gente. Y estamos siempre atentas a si alguna persona es celíaca, vegana, si requiere de alguna dieta especial. Y todos nuestros comensales lo valoran. Por eso trabajamos con reserva, para darle a cada uno el trato que se merece, para que quien nos visite se sienta cuidado y pase un rato agradable”.
Pero más allá de la calidez de Noemí y Ayelén, y de las charlas que surgen casi de manera espontánea, la carta también es muy tentadora. Incluye pasteles, empanadas fritas, flan casero, carne a la masa (el infaltable plato local). “Mi mamá pasa horas y horas atrás del mostrador. De hecho, cada tiempo libre que tiene lo dedica a la gastronomía. Y entre las dos conformamos una dupla muy armónica. Ella se encarga de la cocina y yo del contacto con la gente. Una sin la otra no funcionaría. Así logramos que La Juanita sea nuestro lugar feliz”.
Por Christian Ali Bravo.
