He dado largos paseos por allí cuando era estudiante. Creo que su encanto, diferente al de los otros sitios que la rodean, es ser poco conocida en relación a ellos. No tiene la pompa de Villa Nougués, ahí muy cerca; ni la popularidad de Tafí del Valle, un poco más alejada y desértica.
Raco, de ella hablamos, es una muy verde villa de descanso para habitantes de la ciudad de Tucumán, a sólo 55 kilómetros subiendo apenas los cerros (se encuentra a una altura de 1100 metros sobre el nivel del mar).

El escenario es bucólico: la rodean suaves ondulaciones del terreno, el arroyo Raco y el Río Siambón. Desde la primavera hasta el otoño el lugar luce exuberante de vegetación y muy florido.
Las casonas que rodean la zona son de gran belleza arquitectónica, de mediados del siglo XX en su mayoría, y las más modernas respetan la elegante discreción del lugar.
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La recuerdo siempre soleada, tapizada de hortensias y teñida por el verde oscuro de los pinos y algunos ceibos.
Caminar por estos senderos que forman un gran parque es un momento de soledad que se parece mucho a la meditación.

Apenas separado de Raco, pero formando un único conjunto en cuanto a belleza y paisaje se encuentra El Siambón, mi lugar predilecto porque allí se levanta a orillas del río el Monasterio de los Monjes Benedictinos, un mojón arquitectónico de madera y piedra, construido en los años ’50 y en cuyo interior todo es luz y ascetismo. Solamente tres figuras religiosas pintadas sobre la pared de atrás.
Lo habitan ocho monjes, y es una tradición proveerse en este lugar de miel y jalea real. El lugar era el favorito de Atahualpa Yupanqui. No puedo agregar un elogio mayor.
Por Richard Lingua.